martes, 30 de marzo de 2010

El Ocaso del Nuevo Imperio Romano

Déficits gemelos, una mala palabra simpática para los economistas y, sin embargo, la exposición más frecuente de la economía norteamericana durante la última década. Así es, tal como lo leen, déficit, ese término de origen galo que tanto nos aturde cuando la escuchamos y tanto nos perturba cuando la leemos; casi un cliché.

¿Qué tiene que ver esto con el Imperio Romano y más aún, con el ocaso del que se asomó alguna vez en el hemisferio norte? Una sola palabra, también mala para muchos: devalución. Que me estaquen si no es cierto que estas palabras unidas desatan la psicosis en cualquier sociedad organizada de la actualidad. ¿Qué devaluación? La impensada, la que nadie espera, la que nadie se anima a nombrar, pues significa la sombra y la ecatombe total. Así es señores, la devaluación (más precisamente sería una depreciación) del dólar es inminente. Bien se puede producir a cuentagotas, bien puede suceder algo que excite los acontecimientos y la precipite pero que sucederá, denlo por hecho (si mantenemos las condiciones actuales constantes).

Verán, mantener un déficit montruoso como el que tiene los EE UU hoy en día es sinónimo de depreciar la moneda. Para que se den una vaga idea de la magnitud de la cifra, si tradujéramos en billetes de cien dólares el déficit norteamericano actual muy fácilmente podríamos llenar el volumen del estadio Monumental de Núñez.
¿Es grave esto o será otro de los avatares del sistema financiero? No deseo causar alarma pero es de preocuparse. La primera consecuencia es la salida a la luz de un sustituto del dólar como unidad de ahorro mundial. En las condiciones actuales sólo el yen y el euro pueden cumplir ese rol y, a juzgar por la irrecuperable alicaída de la economía japonesa comparada a otros tiempos del "milgaro del Sol Naciente" y sin mencionar la cantidad de tiempo que el yen permaneció en la zona del interés cero, el euro es el único candidato. He aquí una buena noticia para los marxistas, esto lejos de beneficiar a Europa la sumergería en una terrible crisis de la cual difícilmente pueda salir. ¿Por qué? Por lo terriblemente caras que se volverían sus exportaciones, inalcanzables no sólo para el mundo sino entre ellos mismos. Por las estructuras económicas de los países integrantes de la UE algunos tardarían menos en entrar en crisis que otros. La elite norteamericana petrolero financiera intetaría rápidamente transformar sus ahorros en euros lo cual aceleraría aún más el proceso, actuando como agente catalizador de la caída.

Simultáneamente, los hidrocaruburos se irán haciendo cada vez más escasos y caros. Sobrevendrá la imperante necesidad de la energía alternativa y aparecerá nuestra única esperanza: el hidrógeno. Dado lo extremadamente barato que es producirlo (hagan una cuba electrolítica en sus casas y conecten una simple batería de 9V en un medio acuoso y las burbujas son el preciado hidrógeno) muchos países no tardarían en empezar a desarrollar procesos de industrialización gracias a la creciente demanda mundial de este elemento. ¿Adivinen cuáles serán esos países? Principalmente, los más necesitados que están a la espera de algo en que especializarse para obtener ingresos que los movilice para superar su desesperada situación.

De esta manera, queridos lectores, se producirá el efecto distributivo de la riqueza más espectacular que la humanidad haya visto jamás. Europa sumergida en crisis, los EE UU no serán más la Roma de los tiempos que corren y los países más pobres se enriquecerán a ritmo acelerado. Se producirán movimientos migratorios masivos, acelerados por los cambios climáticos. ¿Qué más podría decirles? ¿Acaso no es impresionante como algo tan simple como la variación en el valor dado a una unidad de moneda abstracta puede cambiar la faz de la Tierra?

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